En México, una librería por cada 100 mil habitantes
- Iris Hermosillo
- 13 may 2020
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 17 may 2020
Ciudad de México. Ser editor es acudir al llamado de los dioses, es una vocación, un apostolado, un inmenso privilegio, entrar al Olimpo de las letras.
Ser editor es señalar al que tiene talento y lanzarlo. Ser editor, es profetizar: Este sí la va a hacer. También es decepcionarse y rechazar.
Recuerdo al impresor holandés Alexander Stolz en México tendiéndome como un diamante su primorosa edición del Adolphe, de Benjamin Constant, en el Fondo de Cultura Económica, y a Arnaldo Orfila Reinal y sus cuidados paternos con el angustiado palabrerío de Fernando del Paso. Ser editor es ser sicólogo y hacerse de cruces para saber cómo tratar a cada bicho-autor. Vicente Rojo fue mi editor y desde entonces nos amamos profundamente, pero yo nunca le di la lata. ¿Cómo será ese genio de Pachuca que se llama Yuri Herrera? ¿Cuál es su lado flaco? Tengo que tratar con pinzas a Carlos Montemayor porque es impredecible. Federico Álvarez, director del FCE

en España, me contó que ver a Elena Garro y a Elena Paz entrar al FCE de Madrid era caer en el infierno y nunca tuvo tiempo de meterse debajo de su escritorio.
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